Se despertó. Él era el único en todo el país que tenía horario de
verano. Las 10 de la mañana se habían convertido hace una parva de días en las
2 de la tarde (GMT 0, Dublín, Edimburgo, Lisboa, Londres). Una vez más y como
si un guionista de telenovelas se hubiese mudado a su cabeza. El había vuelto a
soñar con Ella. Aquí cabe detenerse en la irremediable sensación que
seguramente usted, lector, haya experimentado al leer esa frase. Seguramente habrá
dicho algo así como ''pff otra de las tantas pequeñas historias que trata
acerca de un tipo que sueña con una mina''. O en el mejor de los casos: ''Pff
otra de las tantas historias que trata acerca de un tipo que sueña con una mina
distinta todos los días''. Déjeme detenerlo aquí. Quizás por única vez en este
caso, sea usted el equivocado. Porque a pesar que soñó con ella, cabe destacar (Gracias Blog) las situaciones en las
cuales el Tipo soñó con ella por décima vez en 9 días (La siesta si bien corta
alberga una gran cantidad de sueños).
Paso a detallar. Un jueves soñó que el
tocaba el piano en un cuarteto de jazz y Ella (Hermosa como siempre, de vestido
negro y piernas largas) tocaba el clarinete poniendo cara de Woody Allen. Un
martes soñó que cocinaba pollo frito al estilo californiano y ella era quien lo
asistía en tal ardua tarea (El Tipo era sin duda un Tipo, podía memorizar los
integrantes de Los Autos Locos pero no sabía hacer ensalada). Un sábado,
aprovechando el fin de semana, el tipo soñó que había salido a un bar y ella
era Barman. Le servía un whisky le cobraba 70 pesos y se disponía a hacerle
ojitos a un rubio pelilargo (De camisa negra y piernas largas). Con tanto
material un psicoanalista tendría desayuno, almuerzo y cena como para todo el
invierno (Donde se come mucho más, sin duda). Aun así, el tipo la seguía
soñando todos los días y se despertaba con ella al lado, vestida de Jazzera,
Chef o Barman según la situación.
Ahora bien, el tipo, ya despierto y con
cara de tarde de verano se pregunta: ¿Vale la pena? Lo aturdía la idea de no
poder soñarla como la conoció. Lo fastidiaba andar disfrazándola todos los días,
esperando con sorpresa a ver a que juego jugarían esa noche (Siempre se hizo el
obsesivo, pero algo de perverso tenia).
Todavía no se había levantado. Era más que
obvio que la noche anterior se había tomado un vaso de whisky que encontró en
una caja que consideraba vacía (Chivas Regal, JB, Jack Daniels, Johnnie Walker.
El tipo era un cliché con patas). Zafo de la resaca pero no de la melancolía. Y
casi como de memoria, como cuando te pasan la pelota sin mirar, sabiendo que
vas a estar ahí, se durmió una vez más. Una hora iba a bastar para acomodar la estantería
y que no se le venga encima todo.
Otra vez soñó (Repito, El Tipo era una fantasía
Freudiana). Pero esta vez soñó con miles de disfraces, uno al lado del otro
colgados como los cuelgan en los locales de ropa solo que sin los cuerpos agolpándose
contra los mismos. Tenía para elegir y para tirar para arriba. Camionera,
medica, podóloga, jugadora de backgammon, carpintera, bombera, instructora de
surf, trombonista, saxofonista, pintora, etc... Incluso había mascaras de
renombre. Estaban todos los que el Tipo conocía e incluso algún que otro desconocido
que El Tipo decía que conocía (El tipo cada tanto mentía para quedar bien, lo
incomodaba la confrontación, le daba miedo que no le crean, o que no lo
quieran. Aun no se decidía cual era peor). Al lado del Mundo de los Disfraces
(Av. Córdoba 1463, abierto de Lun. a Sab. Se aceptan todas las tarjetas)
parados como un ejército soviético millones de maniquíes, todos iguales. El
tipo, con total naturalidad, empezó a vestirlos. Se veía a sí mismo y se sentía
una nena con su primera muñeca, pero también un hombre con su primer amor. Vistió
uno, dos tres, cuatro y le encantaba, no paraba de sonreír.
Cuando estaba por vestir a un maniquí de
boy scout escandinavo, se despertó. Seguía en su cama (Obvio) entre las sabanas
rojas (Sino no vale) con el sol pegándole en la cara (Obvio). El almuerzo ya
estaba listo y solamente atino a levantarse. Cuando estaba masticando el último
pedazo de churrasco perfectamente cocinado (El Edipo del Tipo era un problema
grave. De nuevo, Freud estaría teniendo un orgasmo) se sintió una sonrisa estúpida
en los labios decorados con barba descuidada. Se dio cuenta en ese momento que
estaba al horno. Que lo estaban cocinando a nosecuantos grados y que iban a
tardar en sacarlo. Que iba a pasar muchas noches disfrazando maniquíes
inanimados. Recién ahí, se dio cuenta que la idea lo fascinaba y se dispuso a seguir
durmiendo y ya que estamos, soñando.
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