miércoles, 19 de octubre de 2011

Tanto Tiempo...

Tanto Tiempo...
Te extrañaba che.


No se muy bien que me ha traído hasta aquí. Quizás olvide alguna silueta entre copas y humo barato. Solo recuerdo a su sombra riendo en algún bar Parisino, soñando con Notre Damme y sus gárgolas de piedra, o tan solo degustando las melodías de un sueño del que jamas quiso despertar.

No hay momento mas preciso que el que usted congela en mis manos. Aquellas manos que, en el marfil, percuten con delicadeza e insultan a Chopin que desde su tumba maldice vomitando sangre de ratas. Aquellas manos que en su cuerpo siempre saben que nota tocar para que, entre cuero indigno y cabezas estalladas, se oiga por lo bajo el silbar de las negras caricias newyorquinas o el arrabalero cantar de la ciudad de Arlt, Roberto. En mi patética desnudez usted desenfunda los poemas que jamas he leído, las migajas del jardin de su alma, el silencio que irrumpe como el sol irrumpe entre la tempestad de bosques irlandeses.

Tras esa arrogancia Porteña y su Piazzolesco, taciturno andar usted me recuerda a mis sueños de niños. Aquellos sueños donde todo era inmenso y la vida estaba guardada en un baúl esperando el momento justo para salir disparada y asfixiarnos ante tanto fulgor. Usted invoca esa maravilla sensación del primer beso, ese torpe miedo al primer adiós, esas tardes entre Cortazar y Beethoven. Esas noches entre el whisky y Coltrane.

Usted muchacha, no se parece en nada a aquella que oí mencionar a una suave voz. Aquella de los pechos de miel y piel de rayón. Usted, dulce dama es pura y sangrienta REALIDAD. Tan real como el miedo y la pasión. Tan real incluso que se escapa de mis dedos como el aire se escapa de mi cuando, con tan solo palabras, provoca que toda mi falsa inmensidad se vaya a la mismísima mierda.



Nota Final: Perdon don Oliverio.
Usted sabe por qué.

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